Duele el pecho. Los periodistas que hacemos los medios de comunicación no somos de hierro. Tenemos sentimientos y nos indignamos de las mismas cosas que el resto de la sociedad. Y nos duele lo que pasa, más allá de que es nuestra obligación contarlas de la manera más objetiva posible.
Qué decir, qué escribir, qué contar frente a un hecho tan conmocionante e irreversible como la muerte. La muerte de un nene de nueve años, cuyo único objetivo en la vida era caminar hasta la escuela, estudiar y hacer la tarea.
Qué expresar frente a esa mamá y a ese papá que no pueden entender, y jamás podrán hallar una explicación. Qué contar de esa abuela, que lo acompañaba para que no vaya solo por la calle.
Mateo Benjamín Sosa tiene muerte cerebral irreversible y créannos que es muy difícil seguir escribiendo. Que la desazón embarga al cronista sentado frente al teclado. Toda la esperanza que los médicos le transmitieron a la familia un día antes se desvaneció cuando el profesional que lo asistió el viernes por la noche descubrió que el nene tenía las pupilas dilatadas.
Ordenó una tomografía de urgencia y el resultado fue demoledor: el chiquito no tenía actividad neuronal, es decir el diagnóstico era muerte cerebral. Le funcionaba el corazón, respiraba mediante asistencia mecánica pero ya no tenía vida. Así de desgarrador fue el cuadro tras varias horas sin medicación, y también sin reacción.
Papá Jonathan, mamá María, su hermanita Lucero (18) absolutamente conmocionados, junto a sus allegados. En medio de semejante tragedia, la justicia cambia la carátula del caso y la expectativa es que el asesino al volante, Nahuel Silva Correa (23) vaya preso y pague por lo que hizo. Que otro crimen vial no quede impune. Es lo mínimo con lo que el ser humano puede honrar la memoria de Mateo, protagonista de una muerte absurda.
Que en paz descanses, Mateo.