La desbordante alegría que invadió las calles de todo el país con la consagración de la Selección Argentina en el Mundial de Qatar regaló imágenes conmovedoras a lo largo y a lo ancho del territorio nacional y en varios puntos del mundo.
Pero hubo una filmación en particular que puede resultar simbólica de otro momento en donde la grieta no se impuso y el sentimiento de unanimidad atravesó los corazones, sean de la clase social que sean, piensen como piensen de economía, política y cualquier cuestión en particular. Se dio en pleno centro porteño.
Fue captada por testigos del momento en el cual un joven se acercó a un cartonero que recorría el asfalto con su carro arrastrado por sus brazos para decirle unas palabras al oído y luego, de abrazarlo, le regaló su camiseta con los colores celeste y blanco y el número 10 en la espalda.
Ante esto, el destinatario del obsequio se emocionó hasta las lágrimas y terminó arrodillado en el suelo mientras se colocaba la vestimenta. Está claro que sería mucho más digno para ese hombre tener un trabajo en blanco, techo y comida todos los días, pero ante tantas carencias y la enorme pobreza que muchas veces pasa inadvertida, ayer la tercera estrella para el fútbol argentino fue un instante de unidad nacional como hacía rato no se percibía.