Con el ímpetu del tan esperado nuevo milenio Ariel y Romina- de novios por entonces y sin experiencia en el rubro- se asociaron con un florista, vendieron lo poco que tenían disponible y alquilaron el local al que bautizaron Quercus (nombre científico de la raíz del roble, árbol que es considerado el más fuerte de la flora). Un año más tarde, las cuentas no daban para todos y la pareja decidió comprar la parte del tercer integrante: en cuotas y en dólares. ¡Gente corajuda!
Ariel sostuvo desde otro trabajo; Romina descubrió que su carrera de diseñadora gráfica no la inspiraba operando una computadora, por eso decidió poner su creatividad al servicio total del negocio y salieron adelante. “Me enamoré de las flores” -reconoce ella y se le nota-. Juntos descubrieron la rareza de que en el verano de la plena crisis la gente no se iba de vacaciones, pero se daba el gusto de decorar su casa con liliums y gerberas. Y allí estaban ellos comprobando que la naturaleza dispone de alivio para toda clase de malestares.

Puestos a recordar sobre los inicios, Romina dice que “era muy chica y me dejé sorprender por lo que iba apareciendo. Todo me resultaba completamente nuevo. Mi familia no era consumidora de flores así que fui aprendiendo a descubrir un mundo que en realidad estaba adentro mío y me sigue dando felicidad. Me conmueve cada día saber que nuestros ramos acompañan momentos trascendentes en la vida de la gente: alegres, de reconciliación, de pérdidas, de gratificación, de bienvenidas”.
Ariel expresa cierta nostalgia al mirar para atrás evocando clientas que ya no están y fueron muy importantes. También habla del paso del tiempo asociado al crecimiento de la familia que armaron alrededor de este Quercus “que es como parte del living de nuestra casa, empezamos con diecinueve o veinte años y ahora tenemos tres hijos”.

Anita -prima hermana de la dueña que los acompaña desde el inicio- siente que cuando arrancaron “era otra persona. Estaba pasando un momento dificilísimo y empecé a ir de a ratos: armábamos ramitos, limpiábamos todos los días las hojitas de cada planta; regábamos sobre lo regado. ¡Teníamos hasta un sapito verdadero de tanta agua que había!”, recuerda. Ella cree que cada ramo transmite cosas a quien lo manipula buscando el equilibrio entre colores y texturas, y que el agasajado lo recibe como un acto amoroso de quien se lo regala. “Por eso me compenetro poniéndole el alma a cada uno, a veces ni me entero de lo que pasa afuera. Esto es como un micro mundo”.
Aunque anhelaban ofrecer una super fiesta para celebrar los veinte años y no pudo ser, hoy aseguran que la esencia de “dejarse llevar y no planificar a largo plazo” -que tal vez sea el mensaje más contundente de las flores-, es la misma que cuando abrieron. “Si bien tenía sueños locos para este cumple que tuve que resignar -como cortar la calle y llenar de flores la esquina- en general no hago proyectos majestuosos: prefiero lo simple”- concluye Romina, una agradecida de la vida.