Pasó la lectura de una condena histórica, la más alta en la provincia de Buenos Aires por casos de abuso sexual. Alejandro Rosario Manuel Leguizamón recibió la pena de 50 años de prisión por la reiterada violación de cuatro de sus hijas, que lo denunciaron en 2016 y, desde entonces, aguardaban por justicia. En el medio, el sujeto estuvo dos años prófugo, pidió reiterados beneficios para evitar la cárcel y descalificó las expresiones de las víctimas en el juicio. Pero ahora se sabe que pasará el resto de sus días tras las rejas.
Quien rompió el velo de lo que sucedía puertas adentro de la vivienda familiar de la calle Presidente Ortiz al 3400, en Castelar sur, fue Romina, una de las cuatro mujeres que un día dijo basta y decidió revelar las vejaciones a las que era sometida. Luego de que ella habló en una reunión con el resto de su círculo íntimo, otras tres hermanas se quebraron y sumaron sus padecimientos. Y hasta la madre de ellas rompió el cerco y develó una de las cruentas situaciones que atravesó.
«Me violó siempre», expresó Romina en su primera revelación en su casa, luego llevada a la justicia. Los abusos comenzaron cuando ella iba al jardín y tenía apenas cinco años. Soledad, que estaba a su lado, asintió y contó que a ella también le había pasado lo mismo. Carolina y Evangelina, por su parte, hablaron del manoseo de su padre en sus zonas genitales durante la infancia. Por eso, de inmediato abandonaron ese domicilio, por temor a las represalias, dado que Leguizamón es un hombre que ejercía violencia sobre todos los integrantes de la familia.
La madre de ellas, que aseguró desconocer los hechos, sumó su parte. Contó tanto en la instrucción de la causa como en el juicio que, en una oportunidad y ante la sospecha de una infidelidad por parte de ella, Leguizamón le propinó “varios golpes de puño y patadas” en toda su humanidad, delante de sus hijos, amenazándola con matarla utilizando un arma de fuego”. «No te mato por todos estos guachos», narró la mujer, que después fue encerrada desnuda en su habitación durante todo un día, y que luego citó al supuesto amante para reprocharle lo ocurrido. Esos datos, ventilados en el debate, muestran al empresario al que su expareja definió como “un monstruo”.
Tras el veredicto, Romina habló mano a mano con Primer Plano Online a la salida de los Tribunales de Morón. “No me importó que no haya venido a presenciar la lectura. Para este día estuve como dándome fuerzas a mí misma. Me decía ‘vos podés, Romi, vos podés’. Yo misma evité el contacto visual con él todo lo que pude. Pero cuando me senté a escuchar el veredicto me olvidé de todo. Es más: no esperaba una condena tan dura. No le va alcanzar la vida para pagar lo que hizo”, reflexionó.
En la charla con este medio, la joven agradeció a la jueza Mariana Maldonado y a sus pares Claudio Chaminade y Juan Carlos Uboldi “porque fueron puntuales, muy detallistas en su devolución y principalmente fueron justos”. “Estuve cinco años esperando este momento. Tenía mucha ansiedad y la noche previa pude dormir apenas dos horas. Pero estuve tranquila por el respaldo de mi familia y principalmente a mi hija”, señaló.
Y contó detalles de lo vivido desde aquel sábado 16 de abril de 2016, cuando realizó la primera denuncia, luego acompañada por su hermana Soledad, dos días después. Ese fue el inicio de un largo peregrinar por justicia, con reconocimientos médicos, testimoniales antes funcionarios judiciales y hasta una suerte de labor encubierta para poder arrestar al acusado, que estuvo prófugo por más de dos años. Y en el medio de semejante odisea, una noticia que la atravesó para siempre.
“Cuando me enteré que estaba embarazada estaba haciendo un trato con la Brigada (DDI) para acercarme a él (a Leguizamón) y así agarrarlo. Confirmé que esperaba una hija y desistí de todo. Pero ahí cambió mi cabeza, desde entonces soy otra persona. Mi hija me cambió la vida. Y ahora empiezo otra vida, con paz y felicidad, que es lo que nos faltó desde siempre”, manifestó.
Y concluyó: “quiero criar a mi hija en una burbuja, como yo no fui criada. La quiero tener al margen de todo. Ella tiene que saber de princesas, de dibujos. Ya va a llegar el tiempo en el que sepa lo que pasó. Ahora la quiero tener lejos de la maldad, de la oscuridad. No sabe ni de la existencia de un abuelo, del sufrimiento que pasamos. Es más: el otro día me preguntó por qué lloraba y le dije que tenía alergia”.