Norma Ontivero, una abuela de 78 años vivió en el Hogar del Dr. Ovando los últimos ocho meses de su vida y pese a los contratiempos que le puso por delante el deterioro de su salud, allí fue feliz. Dan fe de ello su hija Mariana que la visitó prácticamente todos los días durante su estadía y su hijo Favio, que pese a la distancia (vive en San Bernardo) pudo tener un contacto fluido por videollamadas y visitas toda vez que tenía la posibilidad de viajar.
Normita era una mujer muy activa y hasta el último de sus días estuvo pendiente de su imagen. Tenía varios tatuajes en el cuerpo y no salía sin producirse debidamente. Amaba las plantas, a sus perros, la playa y el fútbol. Era pincharrata de alma y fanática de la Selección nacional. Practicaba el budismo y tenía una personalidad compasiva, divertida y musical.
La vida la golpeó de muy joven. Quedó viuda a sus 33 años y debió criar prácticamente sola a sus dos pequeños hijos. Un mes después falleció su madre y todo siguió poniéndose cuesta arriba. Sin embargo, su temperamento y fortaleza la ayudaron a salir adelante.
Militaba frases inspiradoras a modo de lemas que la sostuvieron a lo largo de su vida y la acompañaron aún más en el final de su camino: “Nunca dependas de nadie”, le aconsejó de chica a Mariana; “Un día a la vez: hoy es hoy”, se repitió hasta el último día y quizás el enunciado que pintó de cuerpo y alma su actitud ante la adversidad haya sido: “Un camino de mil millas comienza con un primer paso”.
La vida quiso que en mayo de 2021 un AIT (Accidente Isquémico Transitorio) comenzara a arruinar los planes de Norma de seguir adelante con su vida soñada en San Bernardo rodeada de amistades, playa, perros y los mil placeres que sabía disfrutar. Sus hijos decidieron institucionalizarla durante un tiempo en Buenos Aires para que esté bien cuidada, pero su tesón pudo más y volvió a su casa en la ciudad balnearia ni bien mejoró.
Pero en diciembre de 2022, en plena final del Mundial de Qatar con toda una ciudad pendiente de la Selección, tuvo una atención precaria ante una descompensación y un alta apresurada en el hospital local. A eso siguió una fractura de columna y dos ACV en el lapso de cuatro días: quedó en silla de ruedas con hemiplejia del lado derecho de su cuerpo y una afasia mixta que le impidió hablar hasta el final de sus días; aunque sabía lo que quería decir no podía ponerlo en palabras. También perdió la lectoescritura.

Mariana y Favio decidieron entonces una nueva internación, primero en una residencia geriátrica y otra en una clínica de rehabilitación por una fractura de columna, donde fue consciente de que en ese lugar solo era un número de historia clínica. Sin poder hablar, dio muestras acabadas de que definitivamente no quería estar allí.
En diálogo con Primer Plano Online Mariana Aristegui, hija de Norma, la recuerda con infinito amor y alegría plena. Un mes después de la muerte de su adorada “viejita” nos cuenta el vuelco que dio la vida de su mamá a partir de su llegada a la residencia geriátrica Hogar del Dr. Ovando de Castelar sur. “Haber encontrado este lugar fue un oasis en medio del desierto después de otras experiencias que habíamos vivido. Allí encontramos otro concepto de cuidado, calidez y atención que lo fue todo para ella y para nosotros como familia”.
El tema de los horarios y las restricciones es una de las complicaciones frecuentes que alegan los familiares de abuelos institucionalizados. Sin embargo, Mariana -que es azafata- pondera la libertad con la que pudieron manejarse en el ámbito de la residencia. “Por mis viajes me resultaba muy difícil atarme a un horario de visita estricto; por eso esa facilidad que nos daban en el hogar fue importantísimo para mí. Yo llegaba, saludaba y pasaba por la cocina para poner la pava y preparar unos mates para tomar con mamá y compartir con otros abuelos o familiares, con quienes aprendimos a generar un hermoso vínculo”, rememora. “Yo no iba a tener un rato con ella a solas como una visita; iba a compartir y a ayudarla a sociabilizar con otras personas ya que ella no podía hablar”.
Definitivamente la narración de Mariana, que es toda gratitud, dista mucho de rememorar el espacio en el que vivió su madre los últimos meses de su vida con tristeza. “En medio de la bronca, el dolor, la impotencia, la sensación de injusticia por la que mamá estaba atravesando, surgieron durante su estadía muchísimos momentos de alegría que descontracturaban la realidad. En el hogar hay música todo el tiempo; los abuelos cantan, bailan (aún mi mamá en silla de ruedas), hay televisores en todas partes; se respeta la individualidad”, cuenta y rememora divertida que Norma, que no podía hablar, cuando había un show musical ¡cantaba!, si, cantaba.
“Mi vieja ahí era amada, cuidada y contenida y eso para mí no tenía precio. Todas las chicas que trabajan en el hogar tienen adoración por los abuelos”. Norma, hizo un vínculo particular con una de ellas, Valeria, la encargada del turno tarde, quien decidió tatuarse el mismo caballito de mar – símbolo de la lealtad y el amor incondicional- que Norma tenía sellado en su piel. Lo propio harán Mariana y las dos hijas de su hermano Favio en breve.
La política de puertas abiertas de Ovando le posibilitó a Normita contar con terapista ocupacional, kinesiólogo y fonoaudióloga tres veces por semana, que su familia dispuso especialmente para ella, “con el único objetivo de que tuviera un propósito”, explica su hija.
“No es lindo institucionalizar a un familiar, pero a veces no queda otra y en esos casos es fundamental poder confiar, más aún cuando tu mamá no puede hablar ni escribir, pero ella encontró la manera de decirnos que estaba cuidada y contenida”, describe Mariana y asegura que en cada situación que se presenta en el Hogar del Dr. Ovando hay amor. “Es un lugar de pertenencia donde no te sentís una visita, sino que todos somos parte de una comunidad: fue la mejor opción que pudimos darle a ella y a nosotros mismos”. Pondera además que desde el titular del geriátrico –Gustavo Ovando- hasta cada uno de sus empleados, hay amorosidad, disposición y vocación de servicio para con los abuelos y los miembros de sus familias.

En marzo último Norma se descompensó y fue trasladada a una clínica en compañía de una empelada de la residencia mientras dieron aviso a Mariana de lo ocurrido. Ya no hubo nada que hacer, así que la abuela guerrera de 78 años le dio tiempo a sus afectos de que llegaran para despedirse y llenarla de amor antes de su partida que ocurrió el día 26 del mes pasado.
Todos los protagonistas de esta historia fueron parte de un gran equipo: Norma, todos y cada uno de los trabajadores del hogar y los miembros de la familia Ontivero. En medio de la angustia, la impotencia y el estrés que significa ver sufrir a un ser querido, se toparon con el desafío de renacer a una nueva etapa en sus propias vidas desde el amor. “Todos salimos fortalecidos al punto de entender, vivenciar y comenzar a disfrutar más conscientemente de tener salud, hijos sanos, un trabajo que nos completa y la independencia para movernos, comunicarnos y tomar decisiones a cada minuto”, resume Mariana. Norma fue inspiradora para quienes la conocieron; ahora llegó el momento de honrarla de un día a la vez y dando cada día el primer paso de un camino de mil millas, como sin dudas ella hubiera aconsejado.