Terminó la lectura del veredicto y los jueces se retiraron de la sala. Uno de los integrantes del tribunal, Diego Bonano, frenó en su caminata ante el llamado de una mujer. Era la hermana de Sabrina Martín (24), la mujer asesinada por Enrique Alcaraz, el carnicero que mató a la víctima y a su pequeño hijo Ian, de tres años. Extendió su mano. La mujer lloraba. Y resumió el sentimiento en unas pocas palabras. “Gracias por haber respetado la memoria de mi hermana”. El juez le tocó el hombro y asintió con la cabeza. Y siguió su rumbo.
Esa breve escena completó el juicio por el doble crimen de El Palomar que conmovió a la opinión pública hace poco más de un año. Bonano, junto a sus colegas Raquel Lafourcade y Mariela Morelejo Rivera, del Tribunal Oral en lo Criminal 3 de Morón, consideraron como acreditado que Alcaraz fue el autor de ambos asesinatos, cometidos a cuchillazos, y agregaron a la pena por homicidio agravado por alevosía la condena por robo simple y sustracción de menor.
En conversación con Primer Plano On Line, el magistrado aceptó explicar los alcances del fallo y rompió con la lógica de que los jueces hablan sólo por sus sentencias.
-¿Cuál es la conclusión de lo que fue el juicio?
-Tuvimos ante nuestro conocimiento un caso que tuvo mucha repercusión mediática en su momento, que evidenció un nivel de crueldad humana poco común para lo que uno puede ver a diario, y una complejidad que no pasó tanto por la cuestión probatoria misma del hecho sino que estuvo circunscripta a lo que fue la determinación de la punibilidad o no del sujeto que fue traído a debate.
-¿Básicamente el debate se basó más en la imputabilidad o no del acusado que en la autoría?
-Si, en buen romance, poco y nada. No discutió la defensa en términos generales en cuanto a la materialidad. Sólo hubo alguna discrepancia en la calificación legal de los delitos menores conexos que venían. Todo el esfuerzo de la defensa se trató de centrar en que el sujeto que representaba era inimputable, que obviamente no hubiera podido recibir una condena.
-Otra cosa que quedó clara en el juicio es que Alcaraz tenía una obsesión con Mía, la nena a la que secuestró y que fue rescatada en Junín después de 55 horas del doble crimen. ¿Verdad?
-Si. En realidad, Alcaraz es un sujeto de una vida muy especial. No hemos podido reconstruir alguna parte de su vida específicamente. Siempre es importante conocer al sujeto en toda la dimensión de su historia. Lo cierto es que era un hombre extremadamente solitario y sin familia, con algunas vinculaciones sólo en el plano de la amistad, había ganado la amistad de la madre de Mía y aprovechaba a cuidar a Mía cuando la madre trabajaba. Eso le hizo desarrollar un vínculo muy especial con la nena. Hay una frase que nosotros repetimos en el veredicto que un poco refleja esta circunstancia. Él decía: ‘Mía es mía’. Eso marca la obsesión que el sujeto tenía con esta criatura, y en algún punto es el detonante que, para llevar adelante el s apoderamiento de la nena, eliminara nada más y nada menos que a su madre, y a su hermano de tan sólo tres años de edad. Insisto: marca el trastorno de la personalidad, que en el caso no es sinónimo de inimputabilidad, sino que es justamente sinónimo de una estructura personalitaria de la selección de los valores del sujeto que están en total discordancia con lo que es el común de la sociedad.
-Son pocos los jueces que se prestan al diálogo con la prensa y a explicar sus fallos. Sepa que es una actitud muy valiosa para el trabajo periodístico.
-Una breve reflexión sobre esto. Ese famoso apotema de que los jueces hablan por sus sentencias, necesariamente deben formar parte de un principio rector propio el siglo pasado, de otra sociedad. Si se quiere, el primer escalón que todo magistrado obviamente debe dar en razón de lo que es el principio de legalidad debe ser hablar por la sentencia. Pero la sentencia debe ser clara, estar escrita en un idioma que el ciudadano común la lea y la entienda, y los jueces no tenemos ninguna prerrogativa especial sobre ningún otro miembro de la sociedad. Soy un miembro más de la República, y además con una obligación, que es la de ser un servidor público. Y estoy obligado a dar razones de mis actos a quien me lo pida. En estos momentos tan aciagos para la sociedad, en donde el compromiso de los ciudadanos y el temor a comprometerse es moneda corriente, me parece que lo que puedo hacer desde este lugar que ocupo es, justamente, dar razón de mis actos y ponerme a disposición de las partes.